Había una vez un Aniceto. El adelantado de Segovia (5 de abril de 2015)

Había una vez un Aniceto. El adelantado de Segovia (5 de abril de 2015)

Mario Antón Lobo recrea en forma de cuento la vida de Marinas en el panegírico que la Cofradía de San Millán dedica al escultor segoviano.

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Mario Antón, en presencia de los cofrades, lee el panegírico bajo el busto de Aniceto Marinas. / Juan Martín

 

 

 

 

 

La Cofradía de La Soledad al Pie de la Cruz y el Santísimo Cristo en su Última Palabra del barrio de San Millán recordó un año más la figura del escultor Aniceto Marinas en el monumento dedicado al artista segoviano en los Jardinillos de San Roque, que en la mañana del Domingo de Resurreción reúne a vecinos y cofrades en torno al autor de las dos esculturas que año tras año impresionan con su belleza a los segovianos en los desfiles procesionales de la Semana Santa. La palabra del escritor, cantante y fotógrafo Mario Antón Lobo fue este año la elegida por la cofradía para pronunciar el panegírico dedicado a la memoria de Marinas, que su panegirista quiso este año transformar en una historia de cuento protagonizada por “el niño triste de las calles de San Millán”.
En su intervención, Antón Lobo desplegó una serie de universos relacionados con Marinas, todos ellos ligados con un relato titulado “Había una vez un Aniceto” en el que el escritor aventuró el inicio de la vocación artística de Marinas cuando de niño sufrió un incidente que dio al traste con su carrera musical al romper su violín en una disputa con otros niños del barrio. Así, señaló que Marinas “amasa la miga de pan que no se comió entre hipos y lágrimas y antes de que quede rostriseca e inservible, ha dejado sobre ella una figurita”. De este modo, el panegirista señala que Marinas inició una vocación artística que le llevó a crear obras como el monumento a Juan Bravo, la estatua de Velázquez ubicada en el Museo del Prado o el Monumento al 2 de mayo, obras que para Antón Lobo son “hitos de la memoria” que tienen como denominador común que están realizados por un paisano, por lo que estas esculturas hacen surgir en quien las ve la sensación de “un aire familiar que hacen que Segovia o Madrid sean más tuyos”.
El escritor resaltó la “generosidad” de Marinas al responder al “festín del odio” de la Guerra Civil española donando varias piezas religiosas a iglesias y parroquias en un momento en el que la militancia católica “podía ser susceptible de delito”; que en su opinión demuestra “el compromiso de un hombre con su tiempo, con su idea, con su fe, que no es precisamente la de quien medra con sus habilidades”.
Antón Lobo concluyó su pregón expresó el deseo imposible de que Marinas hubiera esculpido la imagen de un Cristo Resucitado, ya que “de la misma forma que estudió el dolor entre las personas que sufrían hasta dejarlo pintado en la cara de nuestra Soledad al Pie de la Cruz, habría captado el gozo de las madres que acaban de dar a luz o de los cirujanos que acaban de apañar un corazón roto”.
Al concluir, el presidente de la cofradía del barrio de San Millán, Miguel Angel Clemente, entregó a Mario Antón la medalla cofrade, y el acto concluyó con la ya tradicional ofrenda floral .